Hágase tu volundad y no la mía.

Cuando el cielo se abre y nos regala la vida.

Esa mañana salimos de casa y la previsión de tormenta acechaba, será emocionante, pensé. “Cuando llueve pasan cosas”, le dijo hará un año una maquilladora a una novia.

La de Carla y Luís no iba a ser una boda normal en un sitio de bodas normal, habían planeado una suerte de fiesta mayor en el pueblo de toda la vida de Carla. Sin grandes comedores en los que resguardar un, tal vez decepcionante pero sin duda seguro, plan B… El pueblo contaba con una diminuta ermita frente a la que se casarían, como 74 años antes hiciera su tía abuela, y nadie desde entonces. El sabor de documentar un momento histórico en el devenir de un lugar ya nos emocionaba, y estábamos un poco nerviosos, nervios buenos, nervios de saber que no teníamos ni idea de cómo sería el día, de en qué momento desenfundaríamos los paraguas, en qué momento correríamos o nos esconderíamos ni de qué manera podríamos sacar el máximo provecho de lo que fuese que teníamos delante.

La ceremonia se estaba celebrando, miradas furtivas al cielo, los novios, los invitados, “ahora es cuando leo las bendiciones, pero eso es una página y media, así que en vez de eso os bendeciré con esta frase” dijo el cura.

Unos segundos más tarde, empezó.

La. Tormenta. Del. Verano.

Y se me acelera el corazón de pensar en ese momento porque lo que vino después fue algo así como una hora de magia en la que todo se alineó para dejarme sin aliento de la emoción.

Todo el mundo corrió a esconderse, no tengo muy claro donde se metieron más de 200 personas, pero los novios, nosotros, y un puñado de invitados nos refugiamos en la ermita. Entró el músico que unos momentos antes estaba a punto de cantar la canción que había compuesto para la pareja, estaba planeado hacerlo en la ceremonia pero en vez de eso tuvo que hacerse sin micrófonos y delante de no más de quince o veinte personas. Eso no era lo que habría deseado nadie, y sin embargo tuve que contener un llanto profundo.

Han sido innumerables las veces que este año he tenido que meditar en el “hágase tu voluntad y no la mía”, en la entrega a la vida, en la confianza de que a menudo no recibiremos lo que pedimos porque la vida nos tiene deparado un regalo mayor que tal vez ahora no podemos comprender, que tal vez ahora incluso se esconde bajo la forma de “mala suerte”.

Cayeron los plomos, todo negro, y se encendieron las linternas de los móviles y yo estaba temblando del acelerón de corazón por el privilegio de poder documentar un momento así en la vida de una pareja.

Luego la intensidad de la lluvia aflojó y resguardamos a la pareja bajo cada recoveco techado del pueblo mientras nuestras mochilas sostenían los paraguas y así disparábamos sintiendo que esta era la sesión de pareja más especial que habíamos hecho. Porque no la dirigíamos nosotros, la dirigía LA VIDA.

Empezaron a llegar invitados que un rato antes se habían subido a un trenecito que les tenía que llevar a la zona del banquete, el trenecito se había quedado atascado en el barro, todos sus paraguas se habían roto con el viento y ellos estaban tan mojados como si se hubiesen tirado de cabeza a la piscina vestidos en sus mejores galas.

Podría haber sido un desastre pero no lo fué porque estaban muertos de la risa, a estas alturas la boda ya se había convertido en, sin lugar a dudas, la más emocionante y divertida a la que hubiesen ido nunca.

Cada cual adoptó su misión como si fuesen los héroes protagonistas de una película, el primo de la novia cogió la pick up y se puso a trasladar invitados. Un invitado descalzo con los pies llenos de barro había encontrado el planazo del día en ayudar a mover coches atascados. Por supuesto todo el equipo de organización y cátering se dejó la piel para que la boda pudiese suceder.

El sol salió y nos regaló la luz más mágica, justo durante la puesta de sol.

A estas horas ya no quedaba casi nadie con tacones, bambas, chanclas o descalzos, lo que habían vivido había sido una gran experiencia y la fiesta no había ni empezado así que ya solo quedaba bailar, reir, despeinados, sucios, mojados, pero absolutamente entregados a la vida y a celebrar que Carla y Luís se habían casado en el pueblo en el que se habían conocido y en el que ella guardaba todos los recuerdos de infancia.

Gracias a la vida por este regalo.

Fin.

Las bodas, como la vida, son un trabajo en equipo. Y ésta tuvo un equipo de campeonato.

Gracias.

Wedding Planner:

Patty de Rotundo Lab

Video:

Julià Rocha Pujol

Cátering:

Jubany Events

Decoración:

Mimah Studio

Nuovipiatti

Música:

Julen (ceremonia)

Robert de Palma - Furgo Disco

La Dinamo Music

4Garett Dj

Vestido:

Santos Costura

Seguridad:

Spartan Group

With love, Milena

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